martes, 21 de junio de 2011

El caudillismo Militar en el Perú

Representante:

José La Mar Cortázar nació en Ecuador, el 12 de mayo de 1778, sus padres fueron don Marcos La Mar, funcionario español administrador de las Cajas Reales y doña Josefa Cortázar, dama de la aristocracia de Guayaquil.

Cuando ya tenía 30 años, España fue invadida por Francia y el teniente coronel La Mar luchó contra las fuerzas de Napoleón Bonaparte.

Como premio a su valor, La Mar fue enviado como Sub-Inspector del Virreinato del Perú con el grado de Brigadier.
Ya en el Perú, La Mar fue ascendido a Mariscal de Campo y nombrado Gobernador de la Fortaleza del Real Felipe en el Callao.

En 1821, La Mar abandona las fuerzas realistas y se une a las fuerzas independentistas capitaneadas por don José de San Martín.

En 1827 fue elegido el primer presidente constitucional de la República peruana y durante su mandato tuvo que enfrentar un conflicto con la Gran Colombia de Simón Bolívar. Sin embargo, La Mar fue cuestionado en el Perú por haber nacido en Cuenca, que en ese momento formaba parte de la Gran Colombia, y fue derrocado por un golpe de estado dirigido por el General Agustín Gamarra.

Fue apresado y desterrado a Costa Rica, donde falleció el 11 de octubre de 1830.

Caudillismo Militar:

En el Perú los más importantes caudillos fueron mestizos. Precisamente por ser boliviano Alcides 


Arguedas habla del elemento “cholo” como origen del caudillaje. El caudillaje se relaciona, quizá, con las características raciales sobre todo desde el punto de vista sicológico. La imaginación fácil y febril, la impresionabilidad versátil, la tendencia a lo declamatorio, la ausencia de espíritu consecuente y solidario y de visión pragmática de la vida, invívitas en el temperamento criollo, favorecieron a la fugacidad, a la ilusión mesiánica del caudillaje. 


Ayarragaray y Bunge comprenden dentro del caudillaje a las banderías locales o rurales. En el Perú el caudillaje no tuvo ese carácter en la época que estudiamos: fue típicamente militar, cuartelesco. No hubo facciones regionales autónomas ni bandas rurales. Cuando estudiemos, en capítulos posteriores, el papel de las montoneras en nuestra historia política veremos el rol simple, poco diferenciado del bandolerismo que ellas representaron; y cómo o carecen de valor político o se acoplan a los movimientos de cuartel. Y las montoneras fueron más bien costeñas, sobre todo alrededor de la capital. El más fuerte núcleo de nuestra población rural era indígena y no actuó de por sí.

 Quizá hubo un providencial designio en el hecho de que la unidad nacional se conservara incólume entonces. El peligro de la anarquía se redujo, en buena cuenta, al motín de cuartel o la asonada popular que hacía sus veces. A pesar de que no salió mermada la centralización, que subsistía desde la época de la Colonia, el problema de las distancias favoreció a la intranquilidad epidérmica.

La República sigue a la Emancipación, pero no implica, en cambio, una diferencia análoga. Políticamente tiene mayor importancia la capitulación de Ayacucho que la entrada de San Martín en Lima; pero, la capitulación de Ayacucho no ofrece respeto a los sucesos posteriores, la diferencia que hay entre la iniciación de la campaña emancipadora y la vida del Coloniaje. No hay solución de continuidad, pues, entre la Emancipación y la República. El motín de Balconcillo, las intrigas del Congreso Constituyente, las luchas entre Torre Tagle, Riva-Agüero y Bolívar, etc., parecen episodios netamente republicanos. Y con la composición social ocurre algo análogo; dentro de la composición social lo que descuella es un ejército excesivo. Habían ingresado a él hombres jóvenes y ambiciosos, de todas las clases, que se habituaron a aquella vida.
Bolívar no había sido sino un gran caudillo; y a su caudillaje épico dominaron y reemplazaron mediocres caudillajes, como si los héroes de la Ilíada hubiesen luego participado en las discordias y corruptelas de Bizancio. En lo que al Perú respecta, además, no estaba bien definida la situación con Colombia y con Bolivia; es decir, en la frontera norte y en la frontera sur, ello gravitaba sobre la política. 
Para ellos la Patria había sido creada con la punta de su espada en Ayacucho, en Junín, en Matará. Deber y privilegio suyo era conducirla, defenderla, dirigirla, salvarla. Su actitud era análoga a la de los conquistadores ante los territorios donde se establecieron. Su vida nómada también era parecida a la de los conquistadores. Así como los conquistadores realizan el milagro del descubrimiento y de la conquista, así los libertadores realizan el milagro de la Emancipación para luego chocar entre sí en las guerras civiles. Es la misma ebullición de gente que improvisa su nombradía y su rango; análogo paso a través de lo increíble, desde los llanos de Venezuela a las serranías del Alto Perú, desde la pampa argentina a la puna peruana, atravesando ríos, desiertos, cordilleras y luchando no sólo contra la Naturaleza sino también con la enfermedad, con el hambre.

Pertenecían además, por lo general, a sectores sociales más cultivados y conscientes que los conquistadores, careciendo de los ciegos auxilios de la fe religiosa con que santificaron los conquistadores su aventura. No tenían que luchar con hordas bárbaras, sino con ejércitos veteranos que contaban con estrategas expertos y que estaban respaldados por el peso moral de una tradición que podía usar de todos sus poderes.

Y si la ambición personal jugó en los libertadores el rol que en los conquistadores tuvo la sed de oro, cuando después de la victoria vino el usufructo del botín, sus guerras civiles no surgieron para conservar encomiendas, para impedir la acción burocrática y legislativa de la Corona; resonaron en ellas, a veces, ideas de bien público y nacional.

Las clases sociales no podían poner un dique a esto. La incompetencia social de estas clases las convirtió, pues, no en un freno sino en un auxilio del caudillaje. El ansia de posiciones presupuestales, que las características de la vida económica de la época de escaso comercio e industrialismo acrecentaron, estimuló y prolongó la obra de los caudillos. Faltó, además, a las clases que daban el elemento humano en los combates, la conciencia necesaria para rebelarse contra su situación de “carne de cañón”. Y los doctores zahoríes, que habían encontrado fórmulas y silogismos para aplicarlas a la realidad inasible, buscaron también el amparo de los caudillos como el único recurso para no quedar en la impotencia. Por eso al estudiar la preeminencia del caudillaje en esta época hay que tomar en consideración tanto su propia capacidad arrolladora como la pasividad de la sociedad.

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